EL PRIVILEGIO DE OPINAR
Entre las innumerables cosas que
no entiendo de este mundo están, la Teoría de la relatividad; los libros de
Luis Pazos; la impunidad de la que goza Carlos Romero Deschamps; y la de
que cada cuatro años haya que renovar ante el Servicio de Administración Tributaria
(SAT), la Firma Electrónica Avanzada (FIEL).
Pienso
que tal vez la diligencia tenga que ver con los sistemas de computo cada vez
más modernos. Ahora bien, según me explica mi contador, debió de llegarme un
aviso que me dijera la cercanía del vencimiento de la susodicha FIEL para hacer
de manera fácil, a través del internet, la gestión de renovación. Por más que
busqué, y todavía busco en mi correo, no me llegó ningún aviso. O quizá, es mi
obligación, o de mi contador, saber la fecha de vencimiento para prever la
tramitación.
La cuestión es que se pasó la
fecha y mi FIEL, pasó a formar parte de cosas que a mi edad tengo vencidas. El
contador me dio dos noticias una buena y otra mala: La buena, la FIEL se puede
renovar, cosa que no puede hacerse con lo demás caducado. La mala, mientras no
se renueve no puedo cobrar. Y así estoy desde finales de marzo, solamente en
esta generosa casa de El Economista, he cobrado en la inteligencia que muy
pronto tendré el documento actualizado.
Por
su parte el contador y sus auxiliares han tratado de pedir, telefónicamente,
una cita en el SAT para que yo, personalmente, haga la reposición sin lograrlo.
Al parecer hay un congestionamiento de líneas. Hay que considerar que en abril
se presentan las declaraciones anuales. En fin, en vista de todo lo anterior,
ayudado por mi contador recurrimos al correo electrónico de lo que se llama
SATID para hacer el proceso de reposición, en espera de recibir una respuesta
por el mismo medio. Esta no llega. Desde el 7 de abril todos los días nos
metemos a la página para saber el estatus del documento. La respuesta de SATID
es: ‘Cuenta con una solicitud abierta’ y nada más.
En mi desesperación, le saco copia
a ésta respuesta y con ella voy a una oficina de la institución. Me formo en la
fila de los que no tienen cita y entro. Me atiende una señorita muy amable
quien se entera de mi problema y me dice que mañana (ayer para el lector) vaya
yo a las 8.30 horas, que me forme en la fila de los sin cita, ella me va a
atender y cree que se podrá resolver mi problema. ¡Excelente! Le pregunto su
nombre, se llama América León. Me sale el simparías que llevo dentro y le digo
que debe ser muy buen partido. Le comento que mi equipo favorito es el León, el
de ella –me dice- es Pumas. De regreso pienso que eso puede ser una señal
premonitoria de la final en la próxima liguilla.
Al otro día (ayer para los lectores) a pesar del mal que tengo en la espalda que me impide despegarla del colchón antes de las 10 AM.
Llegué en punto de las 8.30 de la
madrugada. Soy el primero de la fila.
Mientras
abren pienso un posible tema de mi columna. La nota es que los menos flacos de
la caballada sucesoria, una yegua y un caballo van a salir lastimados del
accidente del Metro. Pero hay un chivo –este no es caballo- expiatorio, el
senador panista de última hora cuyas iniciales son: MAME. Aunque el hilo
puede reventarse por lo más Delgado.
La
fila ha crecido. Un señor sale para decirnos: ‘Les aviso que hoy esta
oficina permanecerá cerrada por ser 5 de mayo, aniversario de la Batalla de
Puebla’. Cierra y se va. Parafraseo al general Zaragoza: ‘Las armas nacionales
se han cubierto de hueva’.
Volveré mañana
(hoy para el lector). Ánimas y cuando usted esté leyendo esto yo ya tenga mi
FIEL.
El
SAT, la FIEL y yo | El Economista
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